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Sueño Encadenado



Todo estaba listo. Las bebidas enfriadas, los bocadillos acomodados, los vasos repartidos. La torta que había hecho tambien estaba servida en la mesa. Aún humeaba un poco, pero había puesto todo su empeño en ella, incluso la había decorado un poco. Y el negro de fondo la había hecho más bonita ya que realzaba los colores. Y era tan firme, que aún cuando se cayó, no se desarmó. Era una de sus mejores tortas. Se llenaba de orgullo, pero a la vez, estaba nervioso, ese era el gran día, en el que revelarían a sus amigos su amor. Sabía que muchos se horrorizarían, y que lo harían cuando todo terminara siendo público, pero contaba, esperaba y rogaba con todo su ser, que ellos fueran diferentes. Que los aceptaran y les desearan felicidad. La misma que compartían desde que habían sido sinceros con sus sentimientos. Aquellos contra los que tanto lucharon y se resistieron, pero al final se quebraron bajo su peso.

Que tontos habían sido. Él estaba inmerso en una relación que todos aprobaban, que era correcta y parecía destinada. Estaba feliz, pero jamás se había dado cuenta del vacío que sentía hasta que debió cuidarlo luego de que recibiera aquella herida fatal. Al pasar más tiempo a su lado, se dio cuenta que lo que tenía no era suficiente. Anhelaba los momentos que pasaba a su lado, los deseaba y creaba cualquier pretexto para regresar a cuidarlo. Eso le causó problemas, pero ignorante de la verdadera razón detrás del comportamiento que le reclamaban, intentó arreglar las cosas una y otra vez, empeorándolas cada vez más, hasta que fue suficiente, y lo abandonaron. Entonces él regresó, como agradecimiento por haberlo cuidado, hizo lo mismo a su vez. Lo acompañó en sus días solitarios y en sus noches llenas de tristezas. Siempre llegaba con un regalo que no le servía, pero que igual conservaba e intentaba darle un uso. Le traía comida y lo animaba a salir de nuevo a la luz del sol y a cumplir las obligaciones que tanto disfrutaba. Y lo logró, de a poco fue convirtiéndose en su nueva luz y eventualmente no pudo seguir negando lo que sentía. Pero no fue fácil, él tampoco sabía cómo lidiar con sus propios sentimientos y eso los alejó de nuevo. Finalmente, al acabar la guerra y al proclamarse Harry el vencedor, ambos decidieron que se merecían ser felices y desnudaron sus corazones.

Se miró en el pequeño espejo de la cabaña, ya debía estar por llegar. Su barba estaba perfectamente enmarañada y cubría casi todo su rostro. Su cabello, sin esperanza alguna, seguía su estilo a la perfección. A él le gustaban, así que jamás había estado tan orgulloso de su apariencia. Finalmente sintió el crac característico de su aparición y volteó a verlo. Se veía muy apuesto. Se había arreglado también, tenía puesta una corbata amarilla, una media negra con dibujos navideños y la otra de arcoíris. Usaba un repasador floreado como capa y una blusa rosada con unos pantalones verdes –Te ves muy apuesto.- le dijo yendo a recibirlo con un abrazo. No le gustaba cuando se separaban, así fuera por sus trabajos.

-Tu también.- su voz aguda le llenaba de alegría, pero vió como se retorcía las manos, así que las tomó entre las suyas. Eran muy pequeñas en comparación, aunque sus dedos eran largos y habían trabajado más que los suyos –Hagrid- le dijo mirándolo con sus enormes ojos vidriosos –Dobby tiene miedo. Miedo de que no nos acepten. Dobby no quiere perder la amistad del joven Potter, Dobby es un buen elfo, un buen amigo, ¿verdad?- nunca dejaba de sorprenderlo como alguien tan valiente podía ser tan inseguro también.

-Dobby lo es, y un gran novio también- le dijo el semigigante perdiéndose en su mirada. –Ellos son nuestros amigos, nos entenderán.- el arrugado rostro del elfo se iluminó con una enorme sonrisa y asintió sacudiendo sus orejas. Ambos intercambiaron una mirada llena de sentimientos y se acercaron para sellar su amor con un be…. –¡¡AAAHHHH!!-

¿Qué había sido eso? Ay no, que horror, la ropa del elfo era un desastre, esos colores no podían combinarse ni en una pesadilla. Y su relación con el semigigante, era, era…. –Anthony, ¿estás bien? ya casi nos toca a nosotros- Jake asomó la cabeza por entre la cortina, cortando sus pensamientos de lo apuesto que se veía.

-Jake, tuve un sueño horrible, yo era un semigigante barbudo y peludo, y salía con un elfo domestico con un horrible sentido de la moda, e iban a besarse y ¡¿qué tienes puesto?!- mientras le contaba su horrible sueño, Jake salió de detrás de la cortina roja usando solamente unas correas de cuero negro que no dejaban nada librado a la imaginación y todo completamente expuesto -¡¡Jake!!- todo su rostro se encendió y se cubrió los ojos de inmediato. Aunque dejó un hueco por el cual espiar. Era imposible que se perdiera una vista así.

-Mi traje- le respondió Jake mirándose sin pudor alguno. –tu también tienes puesto ya el tuyo. Somos los próximos en salir. Estoy ansioso por que me castigues- le dijo Jake de forma tan sugerente que su cerebro entró en cortocircuito y comenzó a incendiarse. No podía terminar de horrorizarse porque había perdido sus capacidades mentales para siempre.

Solo atinó a bajar la vista y vio que, efectivamente también estaba usando un traje de cuero negro, aunque le cubría más partes que a Jake, con unas botas altas que solo podían ser de diseñador. -¿próximos? ¿castigarte?- boqueó incoherentemente. Jake se había acercado, mirándolo con preocupación, pero permitiéndole también que dejara de preguntarse el por qué debía castigarlo y en cambio pensara como se sentiría tocar ese pecho esculpido por los mismísimos dioses.

-Si, en salir al escenario. Salimos sorteados para que me castigaras frente a los demás. ¿Recuerdas?- sus ojos de miel lo miraban con intensidad, convirtiéndolo en un charco moldeable en sus manos –Traje tu látigo favorito- Jake volvió a insinuársele, con deseo en los ojos y una sonrisa pícara en los labios. Se acercó más a él y de puro pánico, retrocedió la misma cantidad de pasos hasta chocar con la mesa del camarín. –Anthony, ¿ya no me deseas?- le preguntó entonces Jake con una profunda tristeza, pero acercándose hasta acorralarlo con su cuerpo. ¿Se había puesto purpurina en el cuerpo? En ese momento sus nombres resonaron en la habitación y el telón se abrió.

-¡¡Aaahh!!- despertó sobresaltado y se sentó en la cama de golpe. El sol ya había salido, aunque no estaba seguro de que hora era. Su corazón aún latía fuertemente en su pecho y el temor seguía amortiguando su cuerpo. Definitivamente iba a dejar de comer chocolate antes de dormir. Nada explicaba esos sueños tan raros que había tenido, y no pensaba repetirlos. A ninguno. A su lado estaba Jake, quién había estado durmiendo hasta que gritó y lo miraba interrogativamente, medio dormido aún, aun abrazando la almohada. Le gustaba cuando se dormía abrazándola, se veía muy tierno y abrazable a su vez. –Ay osito de miel, tuve un sueño horrible.- se quejó cuando Jake también se incorporó al verlo tan agitado para calmarlo con un abrazo. Juraría que Jake se hizo más grande mientras dormía. En ese momento, la puerta se abrió de golpe y apareció su padre con el mango de una escoba en alto, como si estuviera por golpear a alguien -¡Papá!- tanto él como Jake estaban medio desnudos, así que intentó cubrirlos de inmediato de su vista acusadora. -¿Qué haces aquí?- se había hecho algo en el cabello, parecía más canoso que antes, también su barba.

-James, por todo lo sagrado, dejé de entrar así a la habitación. Estamos casados ya, no voy a lastimar a Anthony. Algún día interrumpirá algo.- Le dijo Jake a su padre bostezando, con una familiaridad que le sorprendió. Su padre y Jake no tenían esa relación. ¿Había dicho casados? Miró su mano y encontró un delicado, pero bello anillo, gemelo del que lucía Jake en su dedo. –Solo fue una pesadilla, está bien.- Oyó que le decía Jake a su padre poco antes de que este se disculpara y se marchara. –An…- Jake acarició su mejilla -¿Estás bien?- su mirada era dulce, y su interés genuino.

-Esto es otro sueño, ¿verdad?- era un sueño hermoso, pero no era real. No se habría olvidado de algo tan importante como su boda con Jake de ser la realidad. Al menos este Jake no esperaba que lo azote o era medio centauro.

Jake se recostó de nuevo y lo arrastró consigo hasta que quedó sentado sobre su cadera, con ambas piernas a los costados. Le sonrió y asintió mientras lo abrazaba de nuevo, invitándolo a recostarse sobre su pecho, invitación que aceptó sin dudar, pero se quedó observándolo. –Es un sueño.- le confirmó –pero no cualquier sueño. Esto es un futuro Anthony, nuestro futuro juntos.- le dice con sinceridad y una nueva sonrisa capaz de derretir al mismo sol. Ese Jake tan maduro era deslumbrante. ¿y él? con pena se miró los brazos y descubrió que no eran un espagueti, pero seguían siendo una especie de fideo. Un glorioso sonido brotó de la garganta de Jake cuando comenzó a reír. –Todo tu trabajo duro dio resultado.- le dice acariciando sus brazos, como si le hubiera leído los pensamientos. –los leo- le confirmó de inmediato, ocasionando que se avergonzara de inmediato.

-Eso no es justo- no podía dejar de pensar lo guapo que se veía y ahora que sabía que le leía la mente, todavía menos podía detenerse. Quería desaparecer, pero no quería abandonar los brazos de su osito. Jake lo abrazó más fuerte y siguió acariciando su espalda.- ¿En serio es el futuro? Ay no, ahora que lo sé va a cambiar, ¿verdad? Y mientras más intente que se cumpla, menos lo hará.-

Jake volvió a reír. –No es así como funciona. Estarás bien, estaremos bien.- entrelazó sus manos dónde tenían los anillos y se lo muestra. –Sólo sigue siendo tú, déjate llevar, disfruta cada momento…. Y finge sorpresa.- agrega con complicidad, besando el dorso de su mano. –Nos vemos en unos años.- se enderezó y besó su frente.

Volvió a despertar, está vez en su dormitorio, bueno, en el de Jake en realidad. Por la cantidad de luz, debían pasar del mediodía y su osito de miel, brazos de acero, sonrisa divina, no estaba por ningún lado. Menos mal, porque de nuevo, estaba en una posición completamente vergonzante. Se estiró y desperezó lentamente. Con las sensaciones del último sueño todavía en su mente. La puerta del dormitorio se abrió, y entro Jake, abrigado hasta la nariz, la cual estaba roja como una cereza. Llegaba del trabajo, ese día le había tocado el turno de la mañana. -¡Jake!- saltó de la cama de un brinco y se lanzó a sus brazos. –Tuve el sueño más maravilloso del mundo mundial- le dijo cuándo lo recibió, cómo siempre hacía. Podía confiar totalmente en su Jake –y tú estabas en él.- bajó un poco la parte de la bufanda que cubría sus labios, la misma bufanda que le había regalado para su cumpleaños y no se cansaba de vérsela puesta, y descubrió una sonrisa tímida, pero muy dulce y unas mejillas que comenzaban a teñirse del mismo color del de su nariz. Pero cuando intentó contarle de que iba el sueño, se dio cuenta que ya se lo había olvidado. Era una pena, pero no le molestaba, no podía quitarse la sensación de felicidad que aún perduraba en él desde que se despertó. -¿Almorzaste? Me comería un semigigante ahora mismo.- le preguntó besándolo.


Fin.