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No mires



Era una noche bellísima, las estrellas brillaban en lo alto del cielo iluminándolo todo con su tenue resplandor. La suave brisa acariciaba las cortinas de su casa haciéndolas danzar al ritmo del criqueo de los grillos, y el aroma de la tierra húmeda llenaba el recinto. En el interior de la casa todo estaba en silencio. Su hija se había marchado al colegio, y ellos disfrutaban de la magia tan especial que parecía envolver ese instante. Abrazados en el sillón, acurrucados juntos deleitándose con la belleza del firmamento y los cientos de promesas que podían leer en éste augurando un brillante porvenir. Acariciaba ocasionalmente el ya abultado vientre de su pareja, faltaba poco para que el bebé naciera sumando una alegría más a sus ya placenteras vidas.

Todo había sucedido tan deprisa. Desde que se conocieron, la atracción entre sus almas fue tan intensa que nada ni nadie pudo evitar que uno cayera en los brazos del otro. Pero una oscura nube se aproximaba en el horizonte, tan densa y cargada que ambos evitaban mirarla. La tormenta se acercaba con constante lentitud, junto con el pesar del final de aquella paz que tanto se esforzaban por grabar en sus memorias.

La guerra contra El Núcleo era cada vez más próxima, y cuando llegara aquella calma que los rodeaba perecería indefectiblemente. El peligro se volvería inminente, y aunque ninguno lo decía, el dolor acabaría por alcanzarlos cuando sus conocidos, amigos, incluso su familia debiera batallar contra esa oscura entidad. No deseaban pensar en los pesares que los aguardaban, sino en la victoria que alcanzarían después, en el mundo mejor que construirían para sus hijos y el futuro que querían para ellas. Esa noche, en tanto la tormenta no se hiciera presente adueñándose de sus vidas y del cielo mismo, se centrarían en todo lo que era perfecto, en memorizar cada pequeño detalle de todo lo que endulzaba sus días y colmaba sus corazones.

Cuando el reloj marcó las doce, tomó la mano de su amore y lo guió al dormitorio, era tiempo de que ambos descansaran. Habían decidido tomarse licencia para preparar la llega del bebé, pero eso no significara que desperdiciaran hermosas horas de sueño, que ya se verían cruelmente disminuidas con la llegada de su futuro hijo o hija. Una vez en la cama los arropó a ambos, desde que Will se embarazara no podía dejar de sobreprotegerlo; y tras despedir con un beso al dueño de todos sus suspiros, se dispuso a dormir a su lado, abrazándolo en todo momento. Cuando dormían juntos sus sueños se colmaban de las más preciosas imágenes y su descanso se veía favorecido, permitiéndole despertar relajado y despejado.

Despertó, pero no estaba ni relajado ni despejado. Miró a su alrededor, su amore no estaba en la cama y la luz del baño tampoco estaba encendida. Preocupado, se puso de pie y comenzó a recorrer la casa, pero no había señales de Will en ninguna parte. Sólo al llegar a la cocina vio una nota pegada con un imán a la puerta de la nevera. Intrigado la abrió, suponiendo que pertenecía a Will, pero no fue el caso. En el interior, en vez de la algo desprolija caligrafía de William había un dibujo, por demás espeluznante. En él se podía ver como Will, en el suelo y de rodillas, sujetaba su vientre mientras gotas de sangre escurrían a través de sus dedos. Los garabatos con los que estaba hecho el dibujo parecían hechos por un niño pequeño, pero a pesar de ello tenían la claridad suficiente como para que reconociera en dónde estaba. Era la esquina de la casa, la verdulería donde tan a menudo iban a comprar las cosas saludables que Will solía comer. Aterrado y sin perder tiempo vistiéndose o abrigándose, corrió con la varita en su mano hacia la esquina. La calle estaba desierta, debían ser cerca de la madrugada. Al llegar, pudo ver como su amore se dirigía a la esquina con un billete en la mano, seguramente le dio hambre a mitad de la noche. - Will – lo llamó al verlo llegar a la esquina, pero cuando éste se volteó un par de bandidos salieron de la nada, y en el camino apuñalaron a William tres veces en el abdomen sin dejar de correr. De inmediato, y cumpliendo la premonición del dibujo, Will cayó de rodillas al suelo sosteniéndose el vientre con las manos. La sangre que al principio salió de a pocas gotas, pronto comenzó a fluir en cantidades torrenciales. – No amore, resiste, te llevaré a un médico. – le prometió, pero sólo obtuvo un gimoteo por respuesta, y luego… nada. Will dejó de respirar y ahí, en el suelo y en el medio de la calle, víctima del vandalismo de siempre, su amore perdió su vida, y él los perdió a ambos.

- No! – exclamó despertando abruptamente. Will estaba recostado a su lado, dormía profundamente, boca arriba ya que la panza le dificultaba mucho el acomodarse de otro modo. Al verlo descansar tan plácidamente se relajó. Sentía las manos húmedas por el sudor, así que decidió ir al baño a enjuagarse antes de intentar conciliar el sueño nuevamente. Allí, pudo ver con horror que no era sudor lo que tenía en las manos, sino sangre. La sangre de William muerto en medio de la calle. Alterado corrió de regreso al dormitorio donde Will seguía durmiendo. Estaba enloqueciendo, esa era la única explicación posible. Corrió a la puerta, y asomándose por ésta pudo ver como un grupo de rufianes pasaban a gran velocidad, los mismos que habrían asesinado a su amore. Pero Will no estaba en la calle, seguía a su lado y estaba bien. Will y el bebé estaban bien. Terminó de lavarse las manos y limpió todo rastro de sangre que pudo haber dejado, y por último, fue a la cocina a buscar algo de beber para terminar de calmar sus nervios. Allí se encontró con otra de esas sospechosas notas pegada en la heladera, y al abrirla un nuevo dibujo, tan mal realizado como el anterior, pero aún más grotesco. Con ligeros matices más nítidos, se podían ver cientos de llamas envolviendo la cama donde hasta hace apenas unos minutos ambos reposaban tranquilamente. Las llamas estaban hechas con mayores detalles, y el contraste de colores hacía que la hoja se viera caliente. De inmediato sintió la térmica de la casa saltar y un espantoso olor a quemado. – Will – gritó y corrió a toda velocidad hasta la cama, justo a tiempo para ver como ese delicado colchón de plumas que había comprado para que su amore descansara mejor sin sufrir los dolores de espalda del embarazo, se encendía como si estuviera hecho de pólvora. Will gritó, rodó y luchó por librarse del fuego, pero las llamas lo habían acorralado al otro lado del dormitorio e iban consumiendo todo a su paso. – Amore – le gritó desesperado una vez más intentando alcanzar su varita, pero ambas estaban en medio de las llamas. – Salta – le pidió, pero fue en vano. Entre el humo que los sofocaba, el avanzado embarazo que le impedía moverse, el amplio círculo de llamas y las ya espantosas quemaduras, Will no logró hacerlo y para su agonía, acabó muriendo entre gritos y llantos delante de sus ojos, que sin poder ayudarlo de modo alguno, no pudo dejar de mirar.

- NO!! – gritó entre llantos, sentándose en la cama aterrorizado a más no poder. El sudor que le corría por la espalda era frío, y el olor a carne quemada que sentía se le había impregnado en el cuerpo, nauseabundo. Ante su grito, Will se despertó a su lado y se apresuró a abrazarlo, sin entender qué sucedía. Pero Blaise ya no estaba tranquilo. En cambio, corrió a la cocina donde se lavó la cara y miró la nevera, ese maldito aparato donde nuevamente, había una nota colgada. – Will, ven por favor – le pidió. – Cada vez que despierto, hay una nota en la nevera, y cada vez que la abro tu mueres. Quédate conmigo, por favor. – le rogó sabiendo que no podría dejar de abrirla, temiendo lo que el dibujo que guardaba en su interior pudiera ocultar. Con manos temblorosas abrió el papel, nuevamente la calidad de los trazos había mejorado enormemente, y ahora podía visualizar lo que prácticamente era una fotografía estática. En ella, se veía un derrumbe, y como tanto él como Will morían aplastados por las vigas. – Salgamos de aquí – llegó a decir antes que un fuerte terremoto asolara la tierra. El suelo se movía en todas direcciones, los muebles se desprendían de las paredes y a su alrededor todo el suelo se cubrió de trozos rotos de vajilla. La panza de Will les impedía correr lo suficientemente rápido, y él no lo abandonaría, no de nuevo. Tomándolo de la mano lo guió hasta la puerta, los pies les dolían y sangraban por los vidrios que se habían incrustado, pero no se permitió que eso los detuviera. Ya casi salían, ya estaban llegando, cuando el techo cedió. Las pesadas vigas que se usaban para dar armazón a la casa cayeron sobre ellos, una de las cuales aplastó el vientre de Will haciendo evidente que aunque salieron vivos de ahí, el bebé no lo haría. Otra aplastó una de sus piernas imposibilitándole moverse. No podía seguir ni tampoco ayudar a Will, a pesar del dolor de sentir su pierna fracturada y capturada, no fue nada comparado con ver la mirada vacía de Will al entender que habían perdido al bebé, tosiendo sangre y despidiéndose de este mundo para siempre. Tomó su mano, sosteniéndola con firmeza mientras su amore exhalaba su último aliento, y él aguardaba que el techo terminara de derrumbarse sobre él poniéndole fin también a su vida.

Despertó sobresaltado una vez más, y de inmediato se puso de pie sintiendo horribles dolores en los pies llenos de pequeños trozos de cerámica y vidrios rotos. Cortó la luz de la casa, antes de que la térmica saltara y luego, alumbrándose con su varita, corrió al baño donde atendió sus pies y limpió sus manos de la sangre que aún las humedecía, y hasta tiró perfume para evadir el aroma a la carne quemada. No importaba lo que le dibujo mostrara ahora, estaba completamente determinado a impedirlo. Así fuera un sueño, fuera locura, o fuera un loop temporal en el cual estaba atrapado, iba a salvar a su amore de una muerte horrible. Con enojo abrió la condenada tarjeta, pero en su interior, y con todos los detalles que un fotógrafo experto podría lograr con el mejor material, vio una fotografía de Will dando a luz. Y como cada vez que veía la foto, los gritos de su amore no se hicieron esperar. Pero esta vez los pies de Will también estaban heridos, y aunque enviaron pedidos de ayuda a su madre y a todos los medimagos que conocían, algo extraño sucedía, porque nadie acudía. Desesperado y aterrado por partes iguales, descubrió que era la única persona capaz de atender el parto, así que intentando recordar todo cuanto sabía, se preparó. – Ya viene, puedo ver la cabeza – le dijo a William intentando prepararse, tenía agua tibia, toallas, y muchísimo miedo. – Ánimo amore, ya falta poco. – lo alentó un poco más mientras lentamente el bebé iba llegando a este mundo. Pero el bebé no lloraba, ¿por qué no lloraba? E incluso luego de que el bebé saliera, William sangraba sin dejar de hacerlo. Al borde del pánico volvió a enviar pedidos de ayuda a todos lados, pero nadie respondió, y con la niña en brazos sin respirar, vio partir a su amado nuevamente víctima de agotamiento y la pérdida de sangre. Agotado y ya sin fuerzas, se dejó caer en el suelo sujetando el cadáver de la bebé mientras lloraba.

Abrió los ojos, la oscuridad de su dormitorio era imponente, y las lágrimas aún caían por sus mejillas. Su amore descansaba, podía sentirlo respirar a su lado. La niña que aguardaban aún esperaba su momento de llegada dentro de su vientre; pero sus pesadillas aún no habían finalizado. Derrotado, se puso de pie y se dirigió a la cocina donde la figura de una pequeña niña colgaba las macabras tarjetas del refrigerador. - ¿Quién eres? – le preguntó a la niña. Pero ella le sonrió y le indicó con el dedo que no hiciera ruido antes de correr hacia las sombras del living y desaparecer. Aturdido por esa insólita revelación, abrió la nueva tarjeta. En ella se veían un grupo de sujetos golpeando a su amore, quien en el piso se debatía entre cubrir su vientre o su cabeza. Confundido, giró sobre sus talones para ir a buscar a William, pero antes de hacerlo vio como la pequeña niña abría la puerta dando paso a un grupo de al menos cinco sujetos, que sin perder tiempo corrieron al dormitorio. Los siguió, dispuesto a proteger a William con su vida si era necesario, pero entre tres lo detuvieron y lo forzaron a mirar como Will era arrancado de la cama, jalado por los pies hasta que cayera al suelo y le propinaban una paliza capaz de asesinar a un soldado entrenado. Les gritó que se detuvieran, intentó sobornarlos, amenazarlos, les suplicó y les rogó, pero nada funcionó. Al final miró a la niña, la artesana de todas esas desdichas. - ¿Qué quieres de mí? – le preguntó completamente derrotado. El rostro de Will ya no era reconocible, y su amore había dejado de moverse hacia ya varios minutos, ni siquiera reaccionaba a los golpes con pequeños espasmos, ya no estaba allí para seguir soportando el dolor. Pero la niña, en vez de responderle, sonrió y le mostró sus crayolas, como si lo invitara a elegir en qué color quería perder todo cuanto amaba la próxima vez.

Nuevamente despertó en su cama, el corazón le latía agitadamente, su cabeza daba vueltas y el dolor y el agotamiento se habían acumulado a un nivel contra el cual ya no sabía lidiar. No quería levantarse, no necesitaba hacerlo. Que las tarjetas quedaran donde nadie las viera, no necesitaba saber. Pero a la vez, una curiosidad mórbida lo obligó a ponerse de pie y arrastrarse hasta la cocina. Allí estaba la niña, sentada en la mesada colgando su tarjeta – Por favor, háblame. ¿Qué te hicimos? – le preguntó ignorando el papel y centrándose en la niña, aquella niña que sospechaba, era mucho más que una simple niña. Pero esta estiró los brazos hacia él pidiéndole que le alzara. Sin saber qué hacer, se acercó a ella y cumplió su pedido, alzándola en brazos y recibiendo un gran abrazo de su parte. – Tú los mataste – le respondió ella en un escalofriante susurro, seguido del cual se bajó y corrió lejos de él. – Espera – le pidió Blaise, pero ya era tarde, y nuevamente se encontraba a solas con esas horribles tarjetas. No quería verla, pero no podía evitarlo, y al cabo de unos segundos de deliberación, juntó el coraje necesario para abrirla. Wlliam, esta vez ahorcado como si se hubiera suicidado en el cuarto de Chloe. – Imposible – dijo desestimándola y regresando a la cama, pero Will no estaba allí. Corrió al dormitorio de su hija, pero allí tampoco estaba, así que comenzó a recorrer la casa en busca de su amore. Al encontrarlo, Will salía del baño con los ojos prácticamente cerrados. Regresaron juntos a la cama, y cuando estaba comenzando a dormirse de nuevo, sintió pasos. Seguramente no eran nada, aunque al abrir los ojos para confirmarlo, notó con horror que Will no estaba. Corrió de inmediato al cuarto de Chloe, la luz estaba encendida, y en el centro del dormitorio, se encontraba Will colgando del cuello, completamente blanco. A un costado, sentada y comiendo palomitas estaba la maldita niña, pero no perdería tiempo en ella, en cambio corrió a bajar a William, sin perder la esperanza de que por una vez al menos, la fatídica tarjeta se equivocara. - ¿Por qué? Yo no maté a nadie, no sé quién es tu familia. Habla conmigo y te ayudaré – le prometió y suplicó a la niña por partes iguales, pero esta se despidió de él con un inocente gesto de mano y se marchó dando saltitos.

Al despertar, se encontraba nuevamente en su cama, y nuevamente corrió a la cocina donde encontraría a la niña; pero no fue así. No había nadie allí, ni niñas, ni tarjetas, ni crayones, nada. Respiró aliviado, creyendo en la posibilidad de que todo hubiera sido un sueño, cuando a sus espaldas escuchó una inocente risa. - ¿Cómo te llamas? – le preguntó dispuesto a cambiar la táctica, pero la niña sólo volvió a reír. - ¿Quiénes son tus padres? – intentó una vez más, pero ésta vez, en lugar de risas consiguió un lastimero puchero seguido de algunas lágrimas. – Tú los mataste – lo acusó ella. - ¿Cuándo? – le preguntó él rogando que ahí hubiera alguna pista que le ayudara a alumbrar los misteriosos acontecimientos, pero la niña no siguió hablando. En cambio, tomó varias de las tarjetas y comenzó a dibujar. Al principio temió ver los dibujos, pero luego decidió correr el riesgo y en ellos pudo ver como ella, con cuatro hermanos mayores, tres niñas y un niño, jugaban alegremente, pudo ver como sus dos padres se preparaban para una batalla, como le prometían que regresarían, y como éstos jamás volvían. – Era tu plan, fue tu promesa. – dijo la niña con enojo mientras seguía dibujando, y ahora le mostraba como uno a uno sus hermanos iban afrontando los más atroces destinos. Como su hermana mayor, una muchacha rubia bastante más grande que el resto era torturada por los enemigos hasta que moría de varias puñaladas; la segunda hermana era quemada viva; la tercera recibía una golpiza tal que acababa convertida en un muñón ensangrentado, y el cuarto, ante la imposibilidad de defender a las otras tres, se ahorcaba. – Yo no quiero morir así, y no quiero ver a mi familia seguir muriendo, pero tú necesitas verlo y vivirlo para evitar que a los demás nos suceda. – le dijo la niña tomando una tarjeta ya pintada y colgándola en la heladera. – Esta será la última – le anunció. – No la veas hasta mañana, compártela con papá. – le indicó antes de tomar su mano y llevarlo al dormitorio, donde sin huir, se acomodó entre los dos adultos abrazándolos a ambos. – Hoy dejaré de existir, así que abrázame por favor. – le pidió cerrando los ojos y entregándose al inevitable destino.

Cuando volvió a abrir los ojos la luz del sol se filtraba por las cortinas, y aunque el alivio de haber sobrevivido a la noche y por fin haber despertado era grande, también lo era una sensación de vacío y desolación. – Buen día amore. – saludó a Will quien también se estaba desperezando. Juntos fueron a la cocina a prepararse un desayuno, pero allí, colgada de la nevera, se encontraba la última tarjeta que su hija les dejaba. Como si de una premonición se tratara, todos los recuerdos de la noche anterior cayeron sobre él haciéndole sentir que envejecía diez años en un minuto, y con manos temblorosas tomó el pequeño dibujo. – Will – dijo llamándolo para que pudieran ver juntos la tarjeta – Tenemos que ver esto – le pidió. – Esta noche he recibido la visita de una niña, ella me mostró el futuro que nuestros hijos tendrán si fallamos, y me lo hizo vivir, dice que así podremos tomar mejores decisiones y no cometer los mismos errores. Dejó esta tarjeta, ha dicho que será la última, y me pidió que la compartiera contigo. No sé lo que tiene, ni lo que sucederá luego de que la abra, tal vez ambos muramos. ¿Quieres verla conmigo igual? – le preguntó pese a lo absurdo que eso sonaba, y cuando Will hubo respondido y se acomodó sobre su hombre para verla juntos, la abrió. El dibujo, ya no era tal, sino que se trataba de una fotografía donde claramente se podía ver a Chloe jugando con Francesca en brazos, mientras Kaleb se sentaba sobre las piernas de Will riendo por algún motivo, y Cosette acariciaba el abultado vientre de Blaise, donde sin lugar a dudas, reposaba la pequeña que tantas veces lo había visitado. Debían fortalecerse, debían tomarse en serio la guerra, por ellos. No volvería a fallarle a su hija.


Fin.